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Julieta - El sumún del artista

Crítica escrita por Brian Garrido

julieta_28618_11Empecemos con la mayor nitidez posible para contextualizar así el resto de la crítica: no soporto el cine de Almodóvar. Obviamente, existe alguna excepción: disfruto moderadamente con La flor de mi secreto o Hable con ella. Pero nunca se llega a establecer un diálogo recíproco. Si esto no ocurre, resulta inviable que se genere algún tipo de emoción. Y Almodóvar ha sido incapaz de discernir el material que tenía entre sus manos en todas y cada una de sus películas. Siempre se ha mantenido fiel a los cánones que definen su cine. Esto es positivo si nos encontramos con un material lo suficientemente pintoresco como puede ser el caso de ¡Átame!, en la que la tosquedad del director manchego no parece encontrar obstáculos para encajar. El problema es cuando nos encontramos con un material como el que adapta Almodóvar en Julieta: tres cuentos de la escritora canadiense Alice Munro –en palabras del propio director, la mejor escritora de relatos en lengua inglesa– titulados Destino, Pronto y Silencio, siendo el título original el de este último, que se vio obligado a cambiarlo por compartirlo con el último trabajo de Martin Scorsese.

pedroJulieta es una búsqueda y una reconstrucción de una madre en el intento de recuperar a su hija de la que no tiene contacto alguno desde hace años. En esta recomposición, Julieta escribirá una especie de diario a modo de recorrido en su vida desde que conoció al padre de su hija, Xoan, durante un viaje en tren. Aunque el germen de este distanciamiento entre madre e hija sea un sufrimiento que nace de la culpabilidad, Almodóvar es incapaz de interiorizar ese profundo dolor que habita en los personajes. Primero, porque la cinta está llena de diálogos en los que todos se dedican a exteriorizar ese dolor, lo que imposibilita que ese suplicio termine por afectar al espectador; segundo, por un subrayado inexplicable al que recurre en ciertas ocasiones.

adriana-ugarte-en-julietaLo que verdaderamente estropea este material son esos tics presentes en toda la filmografía del manchego; en especial, la total ausencia de sobriedad y de sutileza en ciertos momentos clave. Ese trazo burdo con el que muestra las relaciones entre los personajes. Habría que discutir si esto realmente es un defecto, pero que reiteradas veces aparezcan los protagonistas teniendo sexo… termina por irritarme. Este recurso es absurdo cuando el amor entre ellos queda perfectamente definido a través de un único elemento: un simple tatuaje. Otra característica que imposibilita emoción alguna con Julieta es la mezcla de géneros. Bresson hablaba sobre cómo la música era un elemento necesario para que los demás elementos de la película –ya sea la imagen o el sonido– se transformasen. Lo que me parece contraproducente es que sea la música la que obligue a la secuencia a oscilar entre géneros, y por momentos se acerque al thriller, cuando en ningún momento parece definirse como tal. También podemos mencionar lo bruscas que resultan sus elipsis. Estas deberían ser un complemento indispensable para el tratamiento  que hace el director sobre el distanciamiento. Pero, como ocurría en sus obras anteriores, terminan por descolocar.

Quizá Julieta sea el largometraje más maduro de Almodóvar. De lo que no me cabe ninguna duda es que este último trabajo suyo supone un descubrimiento: Emma Suárez, actriz de indudable talento y con una curtida carrera, ha realizado la mejor interpretación por parte de una actriz en toda la filmografía del manchego, superior incluso al que realizó Elena Anaya hace cinco años en La piel que habito. Ya no solo por la complejidad de su personaje sino por no caer en el histrionismo ni en la sobreactuación en la que ha caído innumerables veces Penélope Cruz, forzando hasta límites en los que se rompe la credibilidad. Tampoco hay duda de que los espectadores más afines al director saldrán fascinados con Julieta, y que perfectamente podría convertirse en su mejor trabajo.

El clan - Todo por la familia

Crítica escrita por Brian Garrido

Como le ocurría en Carancho, Pablo Trapero es algo negado a la hora de poner en contexto al espectador y presentar a sus personajes. La apertura de El Clan resulta caótica, algo dispersa y muy poco atractiva. No incita al espectador a adentrarse en este relato. Un gran acierto habría sido comenzar con una secuencia de un secuestro en un plano secuencia, que es un método al que suele recurrir con bastante frecuencia. Su decisión es abrir la película emulando a Scorsese. Sobra decir que el resultado es nefasto. Desaprovecha totalmente un material que resultaba interesantísimo y que tenía un gran potencial. Y es que es imposible tomarse con un mínimo de seriedad la película cuando ni el director lo hace. Se dedica a introducir una selección musical que desentona de mala manera. Más tarde, lo justifica convirtiéndola en música diegética. Esto convierte a la cinta en continuo baile de tonos, un mareo constante que me termina irritando. Spielberg mencionó en una ocasión que la gente se ha olvidado de contar historias, que ya no tienen nudo y desenlace, sino un principio que nunca termina de empezar. Creo que es una gran forma de definir la obra de Trapero.


No existe un contraste entre la fachada con la que la familia se presenta al mundo exterior y el verdadero horror que albergan en el interior de su hogar. Ambos mundos parecen convivir bajo un mismo filtro. Esto limita en gran medida las posibilidades de la película. Tampoco existe una introspección desde el núcleo de la familia. El gran problema que genera esto es que, a la hora de mostrar el destino de uno de los personajes, resulta banal e irracional. También molesta que Trapero peque en exceso de efectista. No termino de comprender sus intenciones, porque la película no aporta absolutamente nada. No es un buen thriller, pues carece del elemento crucial para que las películas de este género funcionen: la atmósfera. Tampoco sirve como documento histórico para acercar esta macabra historia, porque no se saca nada en claro. Quizá por eso usa esa fachada tan virtuosa en la que intenta emular continuamente a Cuarón, para intentar esconder que su producto es insustancial y está totalmente hueco.

Por suerte, sí existe algo podamos destacar: la transformación camaleónica de Guillermo Francella. Un trabajo sobrio y contenido que termina eclipsando al resto de reparto, que está poco inspirado. También hay que tener en cuenta que se desaprovechan la gran mayoría de los personajes que aparecen. Mientras que en la verdadera historia de los Puccio, todos parecían tener un peso en la trama, aquí no aportan absolutamente nada. Esto podría conseguir una ambigüedad deliciosa, pues algunos de los miembros de la familia eran menores, no entendían la gravedad de la situación. Alternar los diferentes puntos de vista generaría un gran interés.


Tras ver El Clan y Desde Allá (León de Plata y de Oro, respectivamente, en la pasada edición del festival de Venecia) me asalta una duda: ambas son películas pésimas, pero las dos se alzaron con los premios más importantes de dicho festival. En aquella sección oficial, hubo títulos extraordinarios, como Beasts of No Nation o Heart of a Dog. El presidente del jurado era Alfonso Cuarón y, casualmente, las dos ganadoras son de nacionalidad sudamericana. No sería descabellado pensar que el director mexicano las premió por su país de procedencia. En vez de indignarme por esto, recuerdo cuando en ese mismo festival en 2010, Tarantino decidió otorgar dos Leones de Plata a Álex de la Iglesia por la insultante y repulsiva Balada triste de trompeta, cuando estaban Aronofsky y Reichardt en competición. La razón aquella vez fue más indignante: ambos directores son amigos. Por tanto, no resulta tan sangrante lo de Cuarón.