Julieta - El sumún del artista
Crítica escrita por Brian Garrido
Empecemos con la mayor nitidez posible para contextualizar así el resto de la crítica: no soporto el cine de Almodóvar. Obviamente, existe alguna excepción: disfruto moderadamente con La flor de mi secreto o Hable con ella. Pero nunca se llega a establecer un diálogo recíproco. Si esto no ocurre, resulta inviable que se genere algún tipo de emoción. Y Almodóvar ha sido incapaz de discernir el material que tenía entre sus manos en todas y cada una de sus películas. Siempre se ha mantenido fiel a los cánones que definen su cine. Esto es positivo si nos encontramos con un material lo suficientemente pintoresco como puede ser el caso de ¡Átame!, en la que la tosquedad del director manchego no parece encontrar obstáculos para encajar. El problema es cuando nos encontramos con un material como el que adapta Almodóvar en Julieta: tres cuentos de la escritora canadiense Alice Munro –en palabras del propio director, la mejor escritora de relatos en lengua inglesa– titulados Destino, Pronto y Silencio, siendo el título original el de este último, que se vio obligado a cambiarlo por compartirlo con el último trabajo de Martin Scorsese.
Julieta es una búsqueda y una reconstrucción de una madre en el intento de recuperar a su hija de la que no tiene contacto alguno desde hace años. En esta recomposición, Julieta escribirá una especie de diario a modo de recorrido en su vida desde que conoció al padre de su hija, Xoan, durante un viaje en tren. Aunque el germen de este distanciamiento entre madre e hija sea un sufrimiento que nace de la culpabilidad, Almodóvar es incapaz de interiorizar ese profundo dolor que habita en los personajes. Primero, porque la cinta está llena de diálogos en los que todos se dedican a exteriorizar ese dolor, lo que imposibilita que ese suplicio termine por afectar al espectador; segundo, por un subrayado inexplicable al que recurre en ciertas ocasiones.
Lo que verdaderamente estropea este material son esos tics presentes en toda la filmografía del manchego; en especial, la total ausencia de sobriedad y de sutileza en ciertos momentos clave. Ese trazo burdo con el que muestra las relaciones entre los personajes. Habría que discutir si esto realmente es un defecto, pero que reiteradas veces aparezcan los protagonistas teniendo sexo… termina por irritarme. Este recurso es absurdo cuando el amor entre ellos queda perfectamente definido a través de un único elemento: un simple tatuaje. Otra característica que imposibilita emoción alguna con Julieta es la mezcla de géneros. Bresson hablaba sobre cómo la música era un elemento necesario para que los demás elementos de la película –ya sea la imagen o el sonido– se transformasen. Lo que me parece contraproducente es que sea la música la que obligue a la secuencia a oscilar entre géneros, y por momentos se acerque al thriller, cuando en ningún momento parece definirse como tal. También podemos mencionar lo bruscas que resultan sus elipsis. Estas deberían ser un complemento indispensable para el tratamiento que hace el director sobre el distanciamiento. Pero, como ocurría en sus obras anteriores, terminan por descolocar.
Quizá Julieta sea el largometraje más maduro de Almodóvar. De lo que no me cabe ninguna duda es que este último trabajo suyo supone un descubrimiento: Emma Suárez, actriz de indudable talento y con una curtida carrera, ha realizado la mejor interpretación por parte de una actriz en toda la filmografía del manchego, superior incluso al que realizó Elena Anaya hace cinco años en La piel que habito. Ya no solo por la complejidad de su personaje sino por no caer en el histrionismo ni en la sobreactuación en la que ha caído innumerables veces Penélope Cruz, forzando hasta límites en los que se rompe la credibilidad. Tampoco hay duda de que los espectadores más afines al director saldrán fascinados con Julieta, y que perfectamente podría convertirse en su mejor trabajo.