San Sebastián 2018: Neon Heart

domingo, octubre 07, 2018 0 Comments A+ a-

Pocas palabras se merece la danesa Neon Heart, con muchísima diferencia la peor película de la muestra (Nuev@s Director@s), la típica que sólo puede ser defendida desde la más delirante paja mental. Como tantos otros cineastas europeos de la actualidad, el danés Laurits Flensted-Jensen pretende reflejar la alarmante crisis de valores que afrontan los jóvenes de su país, quién sabe si causa o consecuencia de una crisis económica global. Aunque la tesis sea clara, la indefinición de la que hace gala el cineasta dificulta en ocasiones comprender el alcance y las implicaciones de su propuesta, en la que su cámara persigue el ahora inmediato de tres jóvenes personajes: Laura, que regresa a su hogar tras probar suerte en el mundo del porno en Estados Unidos y que, como muestra de su arrepentimiento, intenta quitarse un tatuaje relacionado con dicho pasado; Niklas, exnovio de Laura y adicto en fase de rehabilitación que trabaja como voluntario cuidando a dos chicos con síndrome de Down; y Frederik, el hermano menor de Niklas, que se encuentra en fase de prueba para convertirse en miembro de la banda más malvada del barrio, por lo que deberá intimidar a vagabundos e intentar robar a homosexuales en plena zona de cruising. Esas serán sus ocupaciones a lo largo de la corta pero intensa película, pues también se le ocurre irse de putas pero no tiene dinero para ello. 


Para comprender mejor el alcance de esta sandez procedo a ejemplificar algunas de las ocurrencias de su director y guionista. ¿Qué mejor manera de conocer el pasado de Laura que introducir explícita e injustificadamente tres insertos de los vídeos porno rodados por ella, además en momentos de lo más aleatorios? Seguro que en la mente de un psicópata esta solución es brillante, un verdadero prodigio de narración cinematográfica. Y eso por no hablar de la deplorable escena en que la joven es acosada por un antiguo paciente suyo discapacitado, subrayada con un humillante “te he estado viendo”. Por otro lado, es admirable la construcción del núcleo dramático de la trama de Niklas, que le prepara un combo irresistible a los chicos con síndrome de Down en la tarde que pasan a su cargo: visita a la abuela, puticlub y parque de atracciones. Como leen. Pero, eso sí, todo preparado con muy buena voluntad, hasta el punto de que se nos obliga a empatizar con los actos de este pirado. La parte positiva de este quilombo es una maravillosa escena que justifica por completo el visionado de la cinta, en la que Niklas prepara a sus compañeros para que no metan la pata y evitar así que alguien se entere de su fugaz e irresponsable visita al prostíbulo. En ella, el maduro y lúcido cuidador les repite cientos de veces que digan “hemos ido al parque de atracciones, hemos comido una hamburguesa y luego hemos visto Batman en el cine”. Desternillante. Casi tanto como las funestas consecuencias que tendrá dicha escapada.


Todo lo expuesto en el párrafo anterior es más un intento de representar en palabras la película misma que de criticar su muy discutible existencia, pero es realmente difícil tomarse en serio una obra que para reflejar el estado de las cosas desde un punto de vista extrañamente cercano se tome tantas molestias en negar una segunda oportunidad, una simple vía de escape, a cada uno de sus personajes. No sé muy bien qué hago escribiendo esto, pero ya es demasiado tarde para no publicarlo.