Ático sin ascensor - La nostalgia del cine arriesgado

viernes, septiembre 04, 2015 0 Comments A+ a-

Alex (Morgan Freeman) y Ruth (Diane Keaton) son una pareja de ancianos que lleva viviendo 45 años en un ático de Brooklyn. Cuando eran más jóvenes no les importaba el hecho de no tener ascensor, pero cada vez llegan más cansados al quinto piso en el que se encuentra el ático. Pensando en un futuro no muy lejano, deciden poner a la venta el ático y buscar otro piso que cumpla con las expectativas de hogar que tiene la pareja. La nostalgia aparece constantemente, a través de flashbacks que nos muestran sus primeros días de jóvenes en el mismo ático. Mientras tanto, y coincidiendo con su inminente decadencia física -y puede que mental-, su perrita sufre una enfermedad que potencia, de manera forzada, la carga emotiva del film.



Esperaba que Ático sin ascensor fuera una dramedia sentimentalista sobre la vida de un matrimonio cercano a sus últimos días, pero es la propia película la que se encarga de difuminar su supuesto mensaje inicial. El desarrollo de los acontecimientos y la toma de decisiones de los protagonistas dan a entender, al menos bajo mi percepción, que el cambio de domicilio que condiciona toda la película es un capricho. A pesar de que, efectivamente, el desarrollo de la cinta transite siempre cercano al drama nostálgico y la comedia ligera, siento que la historia que nos ocupa no es más que un vehículo mediante el cual Richard Loncraine pudiese hacer esta película. Al menos esa es la sensación que transmiten el poco trabajado guión de Charlie Peters y la convencional puesta en escena.


Y es que ni siquiera el mayor reclamo de la película, su dúo protagonista, consigue hacer que Ático sin ascensor sea algo más que otro producto insustancial. La química entre ambos es palpable, pero su complicidad no será suficiente para contentar a un público medianamente exigente. No contento con firmar un trabajo insípido y carente de cualquier tipo de pretensión, Loncraine carga desmesuradamente contra los agentes inmobiliarios, retratándolos de una manera que, por alocado que parezca, acaba alejándose la realidad. La figura del "terrorista" creado por los medios de comunicación adquiere por momentos más importancia que la trama central, haciendo que el precio de las viviendas fluctúe a su antojo. Además, esta aparición da pie a impregnar la cinta de un discurso moralista totalmente innecesario. 


Ático sin ascensor, sorprendentemente, obtiene mejores resultados cuanto más ingenua y convencional es. Aunque la trama principal carezca de sustancia, son las estúpidas tramas secundarias las que lastran por completo un film que, a pesar de sus innumerables taras, nunca llega a resultar dañino. Son sus tiburones interpretativos lo único rescatable -que no destacable- de esta nueva creación de Richard Loncraine.