Una segunda oportunidad - Descabellada
El síndrome del espectador sacudido.
Susanne Bier, otrora creadora de grandes películas como Después de la boda o Hermanos, parece llevar tiempo sumida en una preocupante crisis creativa. La directora danesa ha demostrado en multitud de ocasiones su capacidad para llevar al límite toda relación humana, aunque siempre cercana a traspasar la línea de la credibilidad, debido sobre todo a algunas situaciones extremas y al histrionismo de sus personajes. Sin embargo, esa tensión o nervio palpables en otros de sus trabajos aquí no se encuentran, pues la amiga Susanne sobrepasa todas las líneas y límites existentes. Una segunda oportunidad es poco más que una falta de respeto al buen gusto, a toda persona con hijos, a los enfermos mentales e incluso a los drogadictos.
Exceptuando casos muy concretos, como la recientemente estrenada Silent Heart de Bille August (inesperadamente contenida), las historias que llegan de tierras danesas me resultan un tanto exageradas. Pese a esto, la gran mayoría de sus directores, o al menos de los que he tenido oportunidad de ver trabajos, aprovechan de manera extraordinaria esas salidas de tono tan características de su cine. Muchas veces me cuesta creerme determinadas situaciones, pero el saber hacer de sus artífices suele conseguir que sus películas me parezcan, cuando menos, interesantes. Así pues, está en su propia naturaleza el crear ese tipo de personajes tan excesivos. Una seña de identidad de la que acostumbran a sacar un provecho inmejorable.
En Una segunda oportunidad, integrante de la SO en la edición pasada del Zinemaldia, Andreas es un policía felizmente casado y con un hijo recién nacido. Un día, recibe un aviso para intervenir en la pelea de una joven pareja de drogadictos, descubriendo posteriormente en el armario un bebé en penosas condiciones. Cuando tiene lugar un suceso inesperado, Andreas, ese policía a priori sensato y calmado, empezará a actuar conforme a la propia idea que se ha formado acerca de lo que es la justicia. Intuyo que, dada su chocante relación y su inestabilidad mental y emocional, el feliz matrimonio también tuvo algún pequeño encuentro con las drogas en su juventud. En cualquier caso, debemos intentar tomarnos en serio sus desdichas sin preocuparnos por su salud mental.
Es poco menos que imposible creerse que Susanne Bier haya llevado a la pantalla esta disparatada historia sin ser consciente de ello. Podríamos pensar que Una segunda oportunidad es una broma, pero me cuesta imaginar que alguien sea capaz de tratar de una manera tan desafortunada temas tan serios como los que salen a colación aquí. El primer suceso irracional que tiene lugar es desconcertante, provocando que un servidor tenga que aguantarse la risa. Inexplicablemente, todo lo que acontece a partir de ese momento oscila entre la risa de incredulidad y la incomodidad por la violencia desmedida de algunas de sus imágenes, entre las que destacan innumerables primeros planos de bebés. Sin embargo, Bier parece convencida de que está realizando un trabajo serio, recreándose en el buen gusto visual cuando la acción se desarrolla en los interiores del lujoso hogar de nuestro protagonista. Y es que a pesar de acostumbrarnos a puestas en escenas sucias y descuidadas, siempre coherentes con lo que quiere contar, aquí ha optado por deslumbrar con innumerables planos de diversos paisajes. El resultado, tan nefasto como el global de la película.
Bier quiere sacudir al público con la historia de un hombre que en una situación límite se salta cualquier barrera que separe lo correcto de lo incorrecto. Quiere te preguntes hasta dónde estarías dispuesto a llegar en la situación del protagonista. Pero cuando termina la película, el dilema que suscitaba cierto interés cien minutos antes ya no importa, sólo me pregunto cómo alguien con talento ha podido dar luz a este engendro.
Ni siquiera el a priori poderoso elenco da la talla, siendo Nikolaj Lie Kaas el único que sale bien parado de este crimen cinematográfico. Una segunda oportunidad ofrece dudas sobre si su frivolidad es o no intencionada. Si los descabellados acontecimientos claman al cielo, algunos de los diálogos parecen obra de la mayor de las parodias. El objetivo de incomodar al espectador está conseguido, desde luego; eso sí, tengo la impresión de que no de la forma esperada. Véanla ustedes mismos y juzguen. Lo siento pero no te creo, Susanne Bier.