Green Room - Problemas de espacio
Es innegable que Jeremy Saulnier es un director con estilo, con cierto talento a la hora de manejar la tensión y muy competente para trabajar en espacios reducidos. Bajo estas caracterÃsticas nace Green Room, un atrayente ejercicio de estilo que, no obstante, sigue las mecánicas narrativas de cualquier slasher mediocre. El tercer largometraje de Saulnier, pese a todo, es una pelÃcula interesante, que sobresale por encima de muchos otros tÃtulos del género. Una consideración genérica que, por otra parte, serÃa complicado establecer, pues la cinta es un hÃbrido -a ratos satisfactorio- de multitud de géneros (inundada de tópicos de todos ellos, eso sÃ). Pero el conjunto se me antoja un poco cojo, pues acaba saliendo airosa gracias algunos elementos diferenciales que aumentan sustancialmente el nivel de la pelÃcula: la violencia e Imogen Poots.
Los miembros de una banda de música punk, hastiados al no encontrar lugares donde realizar sus conciertos, deciden aceptar una oferta un tanto misteriosa. Tras tocar en un bar de ambiente neonazi, presencian un homicidio y son encerrados en una habitación del local por los empleados del mismo -coordinados por un Patrick Stewart caricaturesco y nada intimidante-. Las intenciones del dueño son claras: no quiere que haya testigos de lo sucedido, por lo que hará todo lo que sea necesario para evitar que el secreto salga de las paredes de esa habitación. Todo esto con una galerÃa de personajes estereotipados y sin alma, que parecen sacados de cualquier pelÃcula insustancial de género. Sus comportamientos también dejan mucho que desear, pues la coherencia narrativa de la cinta hace aguas por todos lados. Comparar este trabajo con Asalto a la comisarÃa del distrito 13 es un insulto a la figura de John Carpenter. En su notable pelÃcula, la tensión se palpa en cada plano, mientras que en la de Saulnier es intermitente y necesita de la violencia y el contacto fÃsico para atrapar al espectador. Este thriller, estilizado y hasta cierto punto sugerente, es mucho menos válido e icónico que el del director de Halloween.
La simpleza del entramado (algo que no tiene por qué ser negativo), se potencia por las escasas salidas de un guion que, como ya he dicho, abraza todos los tópicos que encuentra a su camino. Blue Ruin también acusaba problemas de ritmo, pero éstos no eran suficientes para restar fuerza a su potente historia de venganza, siempre acompañada por una poética visual que hacÃan de ella una pelÃcula especial. Además, su personaje protagonista generaba más interés -por su construcción y por su propia naturaleza- que cualquiera de los de Green Room, lastrados por unas interpretaciones bastante flojas en general. Pero ahà está Imogen Poots para cargar con todo el peso de la obra a sus espaldas y llenar la pantalla con su presencia, su carisma y su enigmática mirada. Esta actriz es capaz de que olvidemos todos los problemas de una pelÃcula, aunque sea momentáneamente, para disfrutar de unas cualidades que no parecen tener techo. Estilosa pero rutinaria, Green Room nunca trasciende las limitaciones de los géneros que transita.