San Sebastián 2018: Nuev@s Director@s (1)

viernes, octubre 05, 2018 0 Comments A+ a-

Habiendo hablado ya de los tres títulos españoles que han participado esta edición en la sección Nuev@s Director@s, generalmente la más floja del festival –obviando aquellas a las que no solemos acercarnos–, toca hacer balance y comentar nuestras impresiones de la misma. Aunque gran parte de este apartado conformado por primeras y segundas películas sigue ocupado por producciones entre insustanciales y bochornosas, la realidad es que su nivel medio ha crecido exponencialmente, situándose al nivel de secciones copadas por obras con firmas de renombre. Si en años anteriores la elección de un filme cualquiera de Nuev@s Director@s era un fracaso asegurado, ahora, en el peor de los casos, existe alguna duda, y eso es algo que debemos celebrar.


A riesgo de realizar un recorrido arbitrario y caprichoso por la sección, el itinerario a seguir no será otro que el orden mismo de los visionados. Este criterio nos obliga a comenzar por Midnight Runner, sin ningún atisbo de duda una de las peores integrantes de la sección, y un ejemplo inmejorable del tipo de trabajos que años anteriores encontrábamos un día tras otro en ella. Jonas Widmer, un joven corredor suizo especializado en las carreras con armas, una noche cualquiera decide robarle el bolso a una chica por la calle. Ese acto –a priori esporádico– se termina convirtiendo en rutina, y la única explicación posible que ofrece el debutante Hannes Baumgartner es el trauma que sufre el protagonista derivado de la reciente muerte de su hermano, idea en la que se incide en aproximadamente una de cada cinco escenas de la película –unas veces a través de aleatorios y perturbadores flashbacks, otras mediante las anodinas y repetitivas conversaciones que mantiene con su novia y con su madre–. Aunque se agradece la renuncia a racionalizar las acciones de este curioso e incipiente criminal, la fragilidad del relato en todas sus vertientes y el nulo interés de la puesta en imágenes de Baumgartner hacen de esta Midnight Runner una continua e interminable huida hacia adelante. Lo que sorprende por encima de todo es la monotonía narrativa que resulta de un entramado tan original y disparatado, por mucho que la historia esté basada en hechos reales.


Los planos de la japonesa Jesus (Boku wa lesu-sama ga kirai, 2018) están compuestos –sin excepción– con encanto y también con cierto talento. La armonía se instala en sus imágenes desde el término de la escena introductoria: un hombre de avanzada edad agujerea con el dedo la pared de una habitación. Tiempo después tendrá lugar en esa misma habitación una conversación determinante para comprender el alcance dramático de la propuesta, casi siempre escondido tras su aparente ligereza: la abuela de Yura, el joven protagonista, le cuenta a este que su abuelo, recién fallecido, se dedicaba a realizar los agujeros que hay en la pared. Probablemente sea muy osado darle un carácter metafórico a tan banal y estúpida acción, pero la realidad es que la barrera que separa la vida de la muerte es muy fina, y es un tema que Hiroshi Okuyama ha querido tratar en su debut desde una óptica muy personal y decididamente atrevida. Yura, recién desplazado a una población rural para hacer compañía a su abuela tras la ya comentada muerte de su abuelo, debe acostumbrarse a las rutinas de su nuevo colegio católico. El pequeño no alcanza a comprender por qué a determinada hora de la mañana sus compañeros y su profesor se ponen a rezar Biblia en mano. Pero todo cambiará cuando, inesperadamente, una pequeña figura de un Jesucristo muy moderno se le aparezca y le permita cumplir todos sus deseos. El camino que se abre a partir de ahí posibilita, por una parte, múltiples situaciones de absurdo humor visual –los momentos más delirantes de una, por lo demás, sobria propuesta–, y por otra, una sencilla reflexión acerca de lo quebrantable que es la fe. Pese a ser algo irregular y a contar con decisiones harto cuestionables, Jesus es tan apreciable como el inesperado plano subjetivo que pone su cierre: la cámara se eleva y el sentimiento infantil es reemplazado por la mirada del cineasta, que quizá no sea más que la certificación del paso del tiempo.


De vacío y relamido argumento, de situaciones trilladas y descripción social insustancial, Les Météorites gana interés por la sencilla pero armoniosa y detallista puesta en escena del debutante Romain Laguna. Sus coloridos y vistosos encuadres en 4:3 esquivan siempre los peligros de la escasez de aristas de todas y cada una de sus problemáticas, dejando la profundidad psicológica y discursiva para prestar completa atención al viaje iniciático de la protagonista. Aunque al principio lo más interesante de su día a día sean las carreras matinales para coger el autobús a tiempo y no llegar tarde al trabajo  –es taquillera en una especie de parque temático donde se exponen dinosaurios–, la inesperada aparición de un meteorito que sólo ha visto ella condicionará su vida y el devenir del relato. Laguna nos dirige por un camino singular, imprevisible e irregular, pero su ópera prima cuenta con la virtud de lo espontáneo y también con la poderosa y sincera interpretación de Zéa Duprez. Interesante descubrimiento.


No hay mejor palabra que intuición para definir una película como Julia y el zorro. En lugar de lanzar preguntas con sus obligadas respuestas o de construir discursos vacíos, Inés María Barrionuevo afronta la cuestión del duelo en su segundo largometraje desde la más pura intuición. Tras la repentina muerte de su marido, Julia, una actriz retirada que roza la cincuentena, viaja junto con su hija a una casa de campo que debe poner en condiciones para su posterior venta. Dicho escenario propicia que la mayoría de escenas estén filmadas con una notoria falta de luz, y la fotografía de Ezequiel Salinas se encarga de equilibrar esa constante ausencia de iluminación. La reclusión de madre e hija se acentúa con sus salidas en la noche o cuando el sol ya ha desaparecido. Sin embargo, a través de una fábula se introduce un elemento que representa el final del camino, la luz al final del túnel: un zorro que aparece como contraste fantástico a una oscura realidad. El recorrido a afrontar por la protagonista está repleto de baches, y un intuitivo montaje diversifica con claridad y precisión un duelo que debe ser superado paso a paso, pasando por todas las fases necesarias. Enérgica y contradictoria, quizá algo excesiva a la hora de reforzar algunos sentimientos desde el guion, Julia y el zorro es un grandísimo paso adelante en la prometedora carrera de Inés María Barrionuevo.