San Sebastián 2018: Nuev@s Director@s (2)

martes, octubre 16, 2018 0 Comments A+ a-

Tras dedicarle una entrada totalmente innecesaria a la nefasta Neon Heart, es hora de poner punto y final a la cobertura de la sección Nuev@s Director@s con este texto, el cual dedicaremos a los tres últimos títulos de la misma que pudimos ver en el festival.


Breeze, ópera prima de Kun Yang, realiza un retrato bastante detallado y convincente del núcleo familiar en la sociedad china. Tras más de treinta años viviendo en Pekín, Yu Zhao, que después de jubilarse dedica su vida a poco más que ayudar a su hijo en casa y cuidar a su nieto, decide regresar a Yunnan, su ciudad natal. Lo que no imagina es que empezar una nueva vida, retomar todo aquello que anhela y que ha perdido por culpa de tanto tiempo dedicado al trabajo y a la familia, será poco menos que imposible: sus familiares lo reciben con total indiferencia, cuando no considerándolo un estorbo, y sus amigos de la juventud han pasado a tener vidas muy distintas o directamente ya no están. Todo eso, retratado desde la más absoluta cotidianidad, es prácticamente lo único que tiene para transmitir esta propuesta plana y carente de emoción, así como inoperante en el plano cinematográfico –el trabajo con la imagen es mínimo, y su significado es siempre unívoco–. En cuanto a esa lectura nada complaciente de la familia china casi como una institución, con una clara crítica hacia una descendencia egoísta, aprovechada y desagradecida, su resultado no es el deseado por culpa de un dibujo de personajes maniqueo y unidimensional. Eso sí, al menos quedará para el recuerdo su inesperado plano de cierre: unos fuegos artificiales que iluminan la noche tras un trágico y narrativamente oportuno desenlace.


Quizá la gran sorpresa de la sección fue la rumana Un hombre como Dios manda. En parte por su título traducido al castellano, que da a entender que entre los planes de alguna distribuidora se incluye el de estrenarla en salas de nuestro país, pero sobre todo por una calidad y una solidez impropias de un primer largometraje. Su irreprochable acabado formal y su precisión narrativa sitúan al debut de Hadrian Marcu a la altura de los trabajos más punteros de sus compatriotas rumanos, muchos de ellos aplaudidos y premiados en diversos festivales internacionales. El experimentado director de cortometrajes ha alcanzado con una sola película de larga duración prácticamente lo mismo que sus colegas a lo largo de sus respectivas y prolongadas carreras. Como imagino que mis palabras van a sonar exageradas, a continuación trataré de explicar por qué valoro tan bien la categoría de un cineasta cuyo nombre habrá que tener en cuenta a partir de ahora. Teniendo en cuenta que el cine rumano actual no es precisamente original y que la mayoría de sus películas tienen en común muchísimos elementos, de estilo pero también temáticos e incluso anímicos, Marcu logra quedarse con lo mejor y desechar lo peor en su debut. Mientras logra esquivar los Grandes Temas y se aleja de cierta grandilocuencia formal, empleando el plano largo  –en movimiento o estático– con eficacia y utilidad narrativa, construye un personaje complejo y lleno de matices y determina su evolución a través de los espacios que transita una y otra vez en el transcurso del filme. El protagonista es Petru, un entrañable y aparentemente inocente ingeniero de perforación que está a punto de casarse con su novia Laura, que espera un hijo suyo y es enfermera en el hospital en el que ingresan a Sonia, la mujer de un compañero de trabajo de Petru con la que se deja entrever que este mantuvo algún tipo de relación, tras  sufrir un accidente de tráfico. Sin aportar nunca más información de la necesaria, el cineasta logra llevar a buen puerto este extraño triángulo del que más que una conclusión o un final extrae una meritoria y contundente construcción dramática. Destacar también el fino humor con el que se adornan los pocos momentos de ingenua felicidad que atraviesa el personaje, definiendo a la perfección el carácter contradictorio de tan singular ser humano.


Fue una lástima tener que despedirnos de Nuev@s Director@s con la fallida y nada interesante Cold November, cuyo atractivo se reduce a algo tan superficial como su procedencia kosovar. Ambientada a principios de los 90, cuando el gobierno yugoslavo disolvió la autonomía de Kosovo, disolvió su Parlamento y cerró la televisión nacional, la película sigue a un padre de familia que no quiso unirse a las manifestaciones pacíficas para no renunciar al bienestar familiar, pero lo hace desde una perspectiva maniquea que impide un mínimo de identificación con los hechos narrados. Tampoco ayuda una indefinición tonal que no logra sino evidenciar que nos encontramos ante una ópera prima visualmente correcta e inmediatamente olvidable.