El hombre perfecto - Mi vida sin mí
¿Hasta dónde sería capaz de llegar una persona con tal de mantener un estatus social, aunque éste sea fruto de una mentira? ¿Hasta dónde sería capaz de llegar alguien para lograr el éxito profesional deseado? Estas dos cuestiones planean en todo momento sobre El hombre perfecto, el segundo largometraje del francés Yann Gozlan. Aunque ambas preguntas estén estrechamente relacionadas, la segunda entra dentro de la primera, a partir de la que se construye la película. Sin embargo, la conclusión parece aludir directamente a la segunda cuestión, como si la perversión de toda la propuesta, el engaño creado por los guionistas pero sobre todo por el protagonista, terminara de una forma hasta cierto punto ética sobre el esfuerzo requerido para prosperar y convertirte finalmente en quien quieres ser, aunque para ello ese sacrificio tenga que ser casi indescriptible. Contemplar tus propios éxitos desde los ojos de otros puede producir una mezcla entre fascinación y tristeza realmente llamativa.
Mathieu es un escritor de 25 que se gana la vida trabajando para una empresa de mudanzas. Sus esfuerzos por que le editen algo parecen vanos, pues no tiene el talento ni la imaginación necesarios para triunfar en el mundo literario. Sin embargo, su vida dará un vuelco el día que encuentre un manuscrito entre las pertenencias de un anciano solitario que acaba de fallecer. Tras dudar un poco al principio (supongo que por cuestiones éticas), Mathieu decide apropiarse de la novela y enviarle para su posterior publicación. Convertido en la nueva promesa de la literatura francesa, el joven se ha convertido en la persona que tanto deseaba ser. Pero el talento no aparece de la nada, y sus problemas comenzarán cuando empiece a ser presionado para publicar su siguiente novela. La bola de nieve se ha hecho tan grande que tendrá que solventar situaciones de lo más arriesgadas.
Este thriller tan llamativo de Gozlan cuenta con influencias admitidas por él mismo, como es el caso de las novelas de Patricia Highsmith. Yo encuentro otras claras (y en este caso, cinematográficas) como las de Brian De Palma, François Ozon o el Match Point de Woody Allen. Con esta última los puntos en común son evidentes y se repiten a lo largo del metraje, especialmente en una escena que en cuestiones narrativas persigue el mismo fin en ambos filmes: que toda la mierda que hay escondida no salga a la superficie. Por otro lado, las coincidencias con el cine del director francés radican principalmente en el aspecto visual, aunque también las encontramos en la propia naturaleza del relato. No es casualidad que Pierre Niney, el estupendo protagonista de la película, lo sea también del próximo trabajo de Ozon. En cuanto a Brian De Palma, las reminiscencias son continuas y se encuentran en casi todos los departamentos. Quizá lo más llamativo sea el uso, con finalidad estética pero también narrativa, del gran angular para destacar los rostros dentro del encuadre. Si en Passion eran Rachel McAdams y Noomi Rapace las que se escondían detrás de un ordenador, aquí su lugar lo ocupa Pierre Niney, integrante de la prestigiosa Comédie-Française. Un Niney que también sufre ensoñaciones, aunque su paranoia sea real y no fingida. Porque El hombre perfecto es una película bastante más honesta (habla sobre la mentira, pero esta subyace en la narración y no necesita que las formas potencien esa sensación de artificio), y las trampas surgen en un par de ocasiones en forma de engaño pero no de mentira. Por desgracia, al filme de Yann Gozlan le falta una conclusión a la altura de las del virtuoso cineasta estadounidense.
Historias del estilo hemos visto montones, pero Gozlan demuestra talento y elegancia para narrar la que coescribe junto a Guillaume Lemans y Grégoire Vigneron. A pesar de empezar como una locomotora, el ritmo nunca decae y el interés se mantiene en un crescendo constante. Se nota que cada escena tiene bien definida su función dentro del conjunto, pues esto es una clara demostración de lo que significa ir al grano. Consciente de su encuadramiento genérico, El hombre perfecto aprovecha todos sus elementos y sitúa a Gozlan como un narrador estiloso y atrevido a tener en cuenta.