Toro - Nadie esquiva su destino

viernes, abril 22, 2016 0 Comments A+ a-

“No es mío. Es robado. Como tú“, dice el personaje interpretado por José Sacristán en un momento de Toro. Como un guiño a su autoconciencia, o quizá de forma casual, Maíllo y su pareja de guionistas dejan clara cuál es la esencia de la obra. Me temo, para nuestra desgracia, que se trata de la segunda opción. Toro se construye a partir de ideas sueltas de otras películas y/o directores, encontrando -y esto no admite lugar a equívocos- su mayor inspiración en el cine de Nicolas Winding Refn. Personalmente, esta película indudablemente falta de personalidad me ha gustado. Dentro de lo que cabe y con mil peros, pero me ha gustado.

Toro 1 bis
Toro (Mario Casas) intenta hacer una vida normal cuando le restan dos meses de los cinco años de prisión a los que fue condenado. Cuando todo parece ir sobre ruedas para dejar a un lado el pasado, aparece su hermano mayor, López (Luis Tosar), que necesita su ayuda para salvar a su hija Diana, que ha sido secuestrada por Rafael (José Sacristán), el hombre que años atrás fuera una figura paterna para Toro. Como la propia película se encarga de dejar claro, unas veces de forma explícita y otras mediante detalles bastante interesantes, nadie esquiva su destino, e intentar hacerlo podrá modificar el de terceros pero nunca el suyo propio. Y esto es todo lo que hay entre las líneas de Toro, más allá de algunas frases metidas con calzador que pretenden criticar, o simplemente reflejar, la España de nuestros días. Para ello, cómo no, se aprovecha la figura de un José Sacristán que parece recién salido de Magical Girl, al menos en lo que a la lectura de dichas palabras se refiere.



Toro 2
Lo que en un principio pintaba a una versión patria de Drive, acaba siéndolo (aunque de forma mucho más -quizá demasiado- inteligible) de Solo Dios perdona. El personaje de Mario Casas es la españolización del samurái que tantas alegrías le ha dado el cine, desde el Alain Delon de El silencio de un hombre hasta el Ryan Gosling de la ya mencionada Drive. El concepto es prácticamente el mismo, pero ni las capacidades de Kike Maíllo ni las de Mario Casas están a la altura de tales exponentes, por lo que la definición del personaje acaba siendo condicionada por la propia naturaleza de la película: el espectáculo. Toro no es ni un gran filme ni una gran copia precisamente por eso: las influencias acaban derivando más en una pose que en una herramienta de verdadera utilidad. Pero tampoco nos engañemos, pues la estética refniana supone un aliciente de peso para ver esta película; un complemento que, independientemente de su nula aportación narrativa, enriquece a la obra. Digo refniana, pero algunos planos parecen sacados directamente de una película de Gaspar Noé, aunque los mismos se antojen casi siempre vacíos o gratuitos, como ese excesivo cuidado de una simbología religiosa completamente inane.



Pese a todos sus problemas, que no son pocos, Toro es un entretenimiento bastante competente. Su falta de originalidad no lastra las buenas intenciones de la película, que, paradójicamente, resulta ser más honesta que muchas otras. Si las interpretaciones dan la talla, aunque los tres (re)conocidos actores hagan poco más que sus papeles de los últimos años (quizá el trabajo de Mario Casas sea el menos visto), otros aspectos como la banda sonora dejan muchísimo que desear. Unas veces el problema es su uso indiscriminado, otras la discutible elección de los temas que la componen. Tan disfrutable como fácilmente (e irremediablemente, me temo) detestable. El destino de Maíllo, por tanto, no es otro que el olvido por su preocupante falta de personalidad.