La Pasión de Port Talbot - Indiferencia ante lo ajeno
La Pasión de Port Talbot llega a nuestras salas con diez días de retraso. Es indudable que el escenario ideal para su estreno hubiese sido a las puertas de la Semana Santa, festividad en la que se rodaron la mayoría de las escenas que conforman la película. El director Dave McKean filmó una representación teatral al aire libre interpretada por el actor Michael Sheen, la cual no era otra cosa que una libre y moderna adaptación de La Pasión de Cristo. Los habitantes de Port Talbot, la pequeña ciudad en la que se desarrolló la película y en la que nacieron los padres del actor galés, eran espectadores de la representación sin saber que un año más tarde serían extras en la plasmación cinematográfica del acontecimiento. Sin embargo, La Pasión de Port Talbot no es un documental, aunque muchas de las escenas contengan extractos de lo acontecido esos días, pues tras filmar el evento, McKean rodó escenas extras que luego añadiría en el montaje final para construir una obra más cinematográfica de lo que hubiera sido de otro modo.
El evento original tuvo lugar en la ciudad de Port Talbot en el año 2011, y constituyó un homenaje a la propia ciudad y a sus habitantes, por lo que el carácter de la representación era exclusivamente localista. El séptimo arte quizá ofrecía la oportunidad de hacer de la obra algo universal, pero la grandilocuencia y el efectismo no creo que sean los elementos adecuados para acompañar algo que ha sido filmado de manera prácticamente documental. Pero, a pesar de estar grabado como si se tratara verdaderamente de un documental, tantos cambios de plano (por la cantidad de cámaras en diferentes posiciones que se requerían para captar en su totalidad un acontecimiento de tal magnitud para la población) hacen de la experiencia algo cercano a estar asistiendo a un evento deportivo en directo; un evento deportivo que, además, es bastante probable que ni siquiera te interese. Y esa es la sensación que predomina en mí durante el visionado de la película: en general no me molesta -exceptuando los momentos en los que la música extradiegética subyuga a las imágenes-, pero alcanza un nivel de indiferencia tan peligroso como el mayor de los odios.
Quitando los añadidos más cinematográficos, que en su mayoría son escenas oníricas que complementan la no-ficción, pues explora los lugares que lo real no puede abarcar, la esencia de la obra teatral se mantiene intacta en la cinta. Michael Sheen interpreta a El Maestro, un hombre que ha perdido la memoria y está dispuesto a escuchar las historias que los ciudadanos quieran contarle. Es en una reinterpretación de la resurrección de Cristo en clave distópica. La población de Port Talbot se encuentra oprimida por la ICU, una corporación que controla la ciudad y sus recursos. El Maestro será el guía espiritual para que el pueblo enfrente a los líderes de la sociedad. Todo con evidentes referencias al a historia original y a la Biblia en general, en un relato dividido en diferentes pasajes que son delimitados a través del montaje y de unos intertítulos más contextualizadores que aclaratorios.
Me parece que nos encontramos ante una obra realmente fallida, incapaz de sobreponerse a los límites territoriales autoimpuestos y con un montaje un tanto caótico en algunos tramos. Como una propuesta cinematográfica diferente, que combina realidad y ficción de forma bastante arriesgada, resulta bastante interesante; sin embargo, de la misma manera que aplaudo sus intenciones debo ser honesto y admitir mi descontento con una obra que, finalmente, tiene muy poco que ofrecer al espectador menos familiarizado no sólo con la historia de Cristo, sino también (y especialmente) con las costumbres y el pasado de la ciudad portuaria de Port Talbot.