El juez - Fugacidad
El juez -el último trabajo de Christian Vincent- es, ante todo, una pelÃcula inteligente. En manos de muchos otros directores, esta historia podrÃa haberse convertido en un trabajo de lo más ridÃculo. No es sencillo convertir un drama judicial en una historia de amor fugaz, en la lÃnea de lo que supuso el reencuentro de Ethan Hawke y Julie Delpy en Antes del atardecer. Pero Vincent sabe tratar con ligereza (la justa para no convertir la cinta en algo superficial) y delicadeza el romance que se esconde detrás de ese juicio interminable, donde se diseccionan con detalle las entrañas del sistema judicial francés. Es una mirada lúcida y humilde, nada ostentosa, que permite disfrutar del desarrollo (casi) en tiempo real del caso de un padre acusado de haber matado a patadas a su bebé de siete meses; mientras tanto, se nos va presentando la rutinaria y nada envidiable vida de nuestro juez -genialmente interpretado por Fabrice Luchini-, dentro y fuera de la corte.
Nada de lo que precede a las escenas más importantes de la pelÃcula es insustancial: es cierto que el tribunal es el lugar escogido para el inesperado reencuentro entre el juez Michel Racine y Ditte Lorensen-Coteret -interpretada por una Sidse Babett Knudsen que supone el equilibrio perfecto para Luchini-, que forma parte del jurado en el procedimiento, pero eso no le resta interés a un juicio bien elaborado y a unas escenas de transición que realmente no son tal, pues sirven para presentarnos y profundizar el personaje del juez. La situación impide que sepamos qué es lo que ocurrió entre ambos, pero Vincent en ningún momento pretende ocultar nada; simplemente debemos esperar pacientemente el momento. Por otra parte, la reacción (esa mirada, que ilumina el rostro de una persona -hasta entonces- apagada y bastante solitaria) de Michel ante la aparición de Ditte habla por sà misma.
Si la dirección, como ya he dicho, evidencia la inteligencia del director galo, el guion es una muestra de precisión que justifica el premio recibido en el pasado Festival de Venecia. Porque es complicado mantener el interés en pelÃculas filmadas en un par de localizaciones, pero más aún lo es complementar la narración con ligeros de humor perfectamente realistas, que, lejos de molestar, enriquecen la obra. En cuanto al uso de otros elementos, como por ejemplo la música, únicamente tiene lugar en un par de escenas de transición, cuando la historia necesita ese acompañamiento casi imperceptible. Sin ella el resultado seguramente serÃa el mismo, pero no por ello su uso deja de ser inmejorable.
El final probablemente deje al público con ganas de más, con la miel en los labios, pero debo decir que no encuentro otra manera de finalizar sin que se rompa la armonÃa y tranquilidad que está presente los 98 minutos de metraje. La pelÃcula es una pequeña pieza de orfebrerÃa, un trabajo para saborear muy lentamente -durante el visionado y tras él, pues no es una obra que se olvide fácilmente-, que quizá esté limitado por su propia sencillez. Pero, en este caso, la clave de su éxito es precisamente ésa. Cierta falta de conexión emocional impide que me parezca un filme notable, pero no es suficiente para evitar que lo recomiende sin miramientos.