Corn Island - Ciclo Vital

domingo, mayo 24, 2015 0 Comments A+ a-

Un campesino de Abjasia (Ilyas Salman) y su joven nieta (Mariam Buturishvili) se instalan en un pequeño islote formado en el río Enguri, frontera natural entre Georgia y la región de Abjasia, siempre en conflicto por su independencia. Con las crecidas de primavera, algunos sedimentos desembocan en el mar, pero otros acaban formando islas naturales en pleno río. Así, las tierras fértiles de estas islas suponen una oportunidad para aquellos campesinos que busquen un lugar en el que asentarse.

Si alguien me preguntase de qué va Corn Island, seguramente le diría que del curso natural de una plantación de maíz, y de la propia isla en la que se lleva a cabo. La (co)producción georgiana de George Ovashvili, preseleccionada al Óscar en la categoría de mejor película de habla no inglesa, guarda muchas cosas en común con Mandarinas, finalista al mismo premio en representación de Estonia. Ambas tienen como telón de fondo el conflicto entre abjasios y georgianos, desapareciendo en ocasiones ese telón. Mientras la cinta de Zaza Urushadze se ocupa de tratar el conflicto entre seres humanos en tiempos de guerra, dentro y fuera de ésta, la obra de George Ovashvili profundiza en el conflicto del ser humano con la naturaleza. Una relación de inferioridad en la que al ser humano sólo le queda aguardar.



A la vez que la plantación empieza a coger forma gracias al esfuerzo del abuelo y la nieta, también asistiremos al crecimiento o salto a la madurez de la joven, que tiene lugar en absoluta concordancia con el ciclo de la misma naturaleza. Filmada de manera sobria y elegante, Ovashvili nos regala una de esas películas que deja a un lado los diálogos para narrar a través de imágenes, sonidos y miradas. Lo que podríamos calificar como cine contemplativo, pero rehuyendo de los característicos planos fijos en favor de movimientos ágiles de cámara y travellings, para los que se apoya en las orillas e incluso en el propio mar, además de en realistas planos aéreos. Gran culpa del logro visual de lo tiene el director de fotografía, Elemér Ragályi, al que hay que sumar un excelente aprovechamiento de los sonidos de la naturaleza. Y qué gran banda sonora de Iosif Bardanashvili, pues pese a tener bastante presencia, no hace más que acentuar el realismo que desprende la película.


Pero lo más importante en el cine, más allá de la perfección técnica y la creación de geniales historias, es lo que le transmite a uno. Corn Island tiene fuerza y posibilidades para golpear al espectador y desencadenar sus sentimientos, pero a excepción de sus desoladores minutos finales, no empatizo totalmente ni con los personajes ni con la situación. Por esta razón no termina por parecerme la excelente película que muchos claman, pero sí una buena y más que interesante cinta, digna de aplauso y de muchos de esos pequeños pero nada desdeñables premios con los que se ha alzado en diversos festivales.

Una obra que guarda en su fondo mucho más de lo que aparenta en su superficie. Aunque prácticamente desprovista de diálogos, no se hace pesada en ningún momento, gracias al espectacular trabajo de los protagonistas, que dejan miradas que dicen más que la gran mayoría de diálogos que podamos ver hoy en día. Y además de sus innumerables virtudes, tenemos también el peligro constante de la guerra: se escuchan disparos con frecuencia e incluso vemos físicamente combatientes de ambos bandos, que merodean alrededor de la isla en busca de un soldado herido.